domingo, 3 de junio de 2018

 Del color del musgo húmedo

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Novela de Ana Teresa Cué,
editada por GALEON BOOKS
galeonbooks.com


PRIMERA PARTE, 1936

Capítulo 1

  • Llanes, 18 de julio de 1929
  • Mi querido diario: hoy es mi cumpleaños. Cumplo quince años y tú has sido mi regalo, junto con una pluma Parker de color verde jade, acompañada de su tintero.
  • Eres un cuaderno de piel, del color del musgo húmedo, aunque no es mi color preferido. El que de verdad me gusta es el azul, desde el marino al más claro de todos, ese que casi parece blanco pero no lo es; supongo que mi gusto por los azules viene por la influencia de la mar que me rodea. Pero, que te quede claro que, aunque seas del color del musgo húmedo, me gustas ¡y mucho! Tus páginas no están en blanco, sino marcadas por líneas rectas e iguales, según me ha explicado mamá, son para que tenga la pauta y mi escritura no se desvíe. Tu nueva familia es un poco diferente a las demás y tu nueva casa también.
  • Vivimos en un edificio que es todo nuestro. En el entresuelo y el primero vive tía Berta, tío Pedro y nuestros primos: Balbina, Elena, Perico y Quique. En el segundo y tercero vivimos nosotros: mamá, Ana, Henar, Celia, Tula, Quino y yo, que soy Martina. La verdad es que, ni Tula se llama Tula, ni Quino se llama Quino, ni yo me llamo Martina. El nombre que me pusieron al bautizarme fue Marta, pero nunca he llegado a oírlo; desde que tengo uso de razón todos me llaman Martina y es el que me gusta. Tula lo tiene peor: a ella le pusieron el nombre de su madrina, la hermana de mamá, Gertrudis, y no le gusta nada. Cuando la queremos hacer rabiar sólo tenemos que llamarla Gertrudis para que entre al trapo y pille un remonte de cuidado. Quino se llama Joaquín. A las mayores no les han cambiado los nombres.
  • En el segundo piso tenemos el comedorín, la cocina, un cuarto de baño, el salón comedor y las habitaciones de mamá, Ana y Quino. Aunque, sin dudarlo, como dicen las mayores, el centro neurálgico de nuestra casa es la galería: con sus dos metros de anchura y ventanas a todo lo largo, que dan a la playa del Sablín, a la bocana del puerto y a los montes del Cuera, es donde nos pasamos la vida.
  • En el tercero tenemos, Tula y yo, una habitación de dos camas. Henar y Celia, como son mayores, tienen cada una la suya. Hay otra más, que es la de invitados, un baño y dos galerías, una igual que la de abajo; la otra está en el otro extremo de la casa; ésta es el doble de ancha, ya que papá la mandó hacer para él, y da al paseo de San Pedro. Al entrar, a la derecha, está su despacho, con una gran mesa y las paredes cubiertas de libros, su biblioteca; a la izquierda, su estudio, los caballetes, lienzos, pinceles... Hace tres años que murió, y aunque mamá lo mantiene todo igual, como si fuera a volver en cualquier momento, se ve que no: hay demasiado orden y no huele como antes a trementina y aguarrás.
  • Mañana conocerás a Güelina; te llevaré para que te vea. Iremos a El Brezo, que es la finca donde vive, en una casona. En otra vive tía Vicenta, que es su hermana. A Güelina la quiero más que a nada en el mundo.
  • Ahora en casa sólo se habla de la boda de Celia. ¡Qué diferente a cuando se fue Ana! Mamá estaba triste; decía que no la volvería a ver nunca más. Ana se hizo monja de clausura, de la orden de las Carmelitas Descalzas, y se fue al convento de Ávila. Tula, Quino y yo estábamos deseando que se marchara y dejara de amargarnos la vida castigándonos por todo; encima todos los castigos eran de rezar. No la aguanto. Además, ella fue la que me puso el mote de ‘Guerrera’: como nací diez días después de que empezara la gran guerra, dice que siempre estoy peleando. Me cae muy mal. No la quiero ni un poco.
  • Bueno, mi querido diario, ahora te dejo: Henar ha preparado una comida especial para celebrar mi día. Pero tú no te preocupes. Con lo gordo que eres, tendré que pasar muchas horas contigo, contándote mis cosas para rellenarte.


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